lunes, 11 de enero de 2010

Elogio de la oveja


Elogio de la oveja

Cuando llega la Navidad, las calles y las casas de los países mediterráneos (sobre todo de Italia, España y Portugal) se llenan de Belenes, que representan el nacimiento de Jesús junto con la adoración de los pastores y los Reyes Magos. Las mesas de las casas se convierten en diminutos paisajes en las que las ovejas cobran un papel principal. No en vano, los pastores fueron los primeros en enterarse, como dice en villancico. No es broma lo del pastoreo de ovejas. Para los pueblos pastores del Asia Menor y del Oriente Próximo, por todo el Mediterráneo, la oveja es símbolo de prosperidad y riqueza. De su lana nació la potencia industrial la Gran Bretaña, y España le debe su deforestación y la conquista de América. La existencia de grandes extensiones motivó que primero los EEUU y luego Australia se convirtieran en productores mundiales de lana.



No obstante, la oveja nunca ha sido un animal con prestigio: como sucede con los que no se dan importancia, aunque la tengan, la oveja siempre permanece en un segundo plano. Cuando se trata de elegir al rey de los animales, ahí va: el león, un vago de pinta estrafalaria que ni siquiera puede comer si las leonas no cazan para él. Por no hablar de los escudos heráldicos: siempre leones, águilas (reales, por supuesto), leopardos, lobos, unicornios, leopardos, galgos, y hasta ciervos y pelícanos. La humilde oveja parece que no quiere meterse en esos berenjenales de alta alcurnia y representación internacional. Bueno, aparecía en el escudo de Vizcaya, matada por los lobos, pero luego quitaron a ambos.



Sin embargo, merece la pena pararse a pensar un poco en ella: nos da lana, con la que se pueden hacer tanto ropa de abrigo como bellísimas y casi eternas alfombras persas; nos da una leche de la que se obtiene el mejor queso del mundo, pasando por la cuajada; nos regala la carne de los lechazos; e incluso el pergamino que conservó la cultura occidental durante los siglos de penumbra del medioevo.
Para nuestro mundo, con su orgullo postmoderno, la oveja queda reducida a su borreguez, como animal cateto y sin personalidad, que va y hace lo que el resto del rebaño. Y no vemos que quizás nuestra mentalidad presuntuosa sea el origen de algunos de los males que nos corroen: el olvidar que somos una comunidad humana; que la salvación como especie, como países o familias sólo se puede conseguir si pensamos en la salvación de todo el rebaño. Aceptando que quizás sea más importante no ser tan gallito, no tener tanta labia y personalidad, sino en mostrar la valía individual mediante la productividad social, la paciencia histórica, la no violencia activa en las relaciones humanas.



Las ovejas, por todo lo borregas que sean, ya existían antes del pastoreo, y no se extinguieron tras las glaciaciones, cosa que sí les sucedió a especies mucho mejor armadas, como los tigres dientes de sable. Las ovejas saben cuidarse solas, pero no agreden a nadie, son pacíficas, incluso hasta resultar tontorronas. Se dice que “reunión de pastores, oveja muerta”; pero no se puede decir “reunión de ovejas, pastor muerto”. Y a este hecho no le damos importancia, cuando a otros animales domésticos con más estatus (vacas, cerdos, incluso a los perros) hay que tenerles cierto respeto, precaución y hasta miedo.



No, no se puede decir que este animal sabio sea un animal sin trascendencia. En la Biblia, son numerosas las prescripciones que hablan de sacrificios de ovejas para Dios. Pastor de ovejas era el rey David, quien mató al gigante Goliat con su honda de pastor. Pero sobre todo, Jesús elige para sí mismo la imagen del cordero, el que no se defiende a dentelladas o cornadas, sino que lo llevan al matadero sin que se resista. Es más, también se presenta como un Buen Pastor, que da la vida por sus ovejas, porque las ama, las conoce por su nombre, como ellas le conocen a él y le siguen. Quizás en realidad sean tan buenas, tan bellas, que merezca la pena arriesgar un poco nuestra vida por la suya. Quizás lo mejor sea, al menos, intentar parecerse a ellas, para también poder ser Buen Pastor.

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